Los habitantes de River Hole se congregaron alrededor de la
plaza para asistir a la ejecución de los tres hermanos Stowe. Los iban a ajusticiar por cuatreros. Por
robar el ganado de sus paisanos.
La detención de los Stowe había sorprendido a la mayoría de
los habitantes del pueblo. Los hermanos
eran buena gente. Trabajadores y nobles. Pero sus vecinos habían mirado a otro lado y no
habían cuestionado el poder y sabiduría del Sheriff Mars.
Como máxima autoridad, Leroy Mars, mantenía alejada la delincuencia
del pueblo y aunque sus métodos, a veces, no eran todo lo ortodoxos que deberían ser, es cierto que en River Hole
se respiraba un aire de tranquilidad y orden que no solían tener los pueblos
colindantes.
Hasta que habían aparecido los cuatreros.
Y, con ellos, el temor, la violencia y la miseria. A pesar
de que los Stowe habían sido de los grandes perjudicados en el robo de reses,
el sheriff había considerado que ellos eran los culpables. Y su palabra no se
ponía en entredicho. Leroy era un hombre
alto y fornido, con un bigote frondoso que le servía para poder disimular la sonrisa, muchas
veces, ruin y traicionera. Duro e implacable
no titubeaba a la hora de empuñar su Colt 45, ya fuera contra un indio o un
vecino subversivo.
Solo tenía un talón de Aquiles: Flora, la viuda de Samuel
Hook, muerto en una emboscada india. Al menos esa era la versión oficial. En la
taberna, en voz baja y con sumo cuidado, se comentaba que lo había asesinado el
sheriff, en su afán de conquistar a Flora.
Aunque había sido en vano: ella se había refugiado en los
brazos de su familia sin querer saber nada del mundo exterior.
Ahora, el pueblo entero se preguntaba qué pensaría ella del
ajusticiamiento de los Stowe, detenidos dos días antes y declarados culpables
sin un juicio previo. Si no sucedía un
milagro, serían ahorcados a la caída del sol. Ahí estaba el cadalso para
corroborarlo.
Solo que había cuatro horcas.
Y los hermanos Stowe eran tres.
A pesar de que el sol se estaba poniendo, hacía calor. Mucho.
También polvo. Qué penetraba en los ojos de los presentes haciéndolos
llorar.
En lo alto, los buitres.
Un murmullo emergió de las gargantas de los congregados en
la plaza al ver llegar a los reos con las manos atadas y acompañados de dos alguaciles.
Los tres hermanos, altos y de buen
porte, iban acompañados de una cuarta figura más pequeña y débil. Los cuatro
llevaban sombrero de ala ancha, arrastraban los pies y sus hombros caídos
mostraban abatimiento. A pesar de ello, miraban al frente. Eran inocentes.
Ellos lo sabían, el sheriff lo sabía.
El pueblo entero lo sabía.
Cada uno de los cuatro fue colocado en su horca
correspondiente. A una orden del sheriff el verdugo fue cortando las cuerdas.
Una.
Dos.
Tres.
Cuatro.
Silencio.
En primera fila un niño gritó, rompiendo el silencio
sobrecogedor que se había instalado en la muchedumbre. La cabeza del desconocido, al quebrarse, hizo
un giro raro y el sombrero se le cayó de la cabeza.
Flora Hook. De soltera, Stowe.
El sheriff ocultó una sonrisa en su bigote e hizo un gesto
de sorpresa.
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