domingo, 27 de septiembre de 2015

Mirar hacia otro lado

Los habitantes de River Hole se congregaron alrededor de la plaza para asistir a la ejecución de los tres hermanos Stowe.  Los iban a ajusticiar por cuatreros. Por robar el ganado de sus paisanos.
La detención de los Stowe había sorprendido a la mayoría de los habitantes del pueblo.  Los hermanos eran buena gente. Trabajadores y nobles. Pero  sus vecinos habían mirado a otro lado y no habían cuestionado el poder y sabiduría del Sheriff Mars.
Como máxima autoridad, Leroy Mars, mantenía alejada la delincuencia del pueblo y aunque sus métodos, a veces, no eran todo lo ortodoxos  que deberían ser, es cierto que en River Hole se respiraba un aire de tranquilidad y orden que no solían tener los pueblos colindantes.
Hasta que habían aparecido los cuatreros.
Y, con ellos, el temor, la violencia y la miseria. A pesar de que los Stowe habían sido de los grandes perjudicados en el robo de reses, el sheriff había considerado que ellos eran los culpables. Y su palabra no se ponía en entredicho.  Leroy era un hombre alto  y fornido, con un bigote frondoso  que le servía para poder disimular la sonrisa, muchas veces, ruin y traicionera. Duro e implacable no titubeaba a la hora de empuñar su Colt 45, ya fuera contra un indio o un vecino subversivo.
Solo tenía un talón de Aquiles: Flora, la viuda de Samuel Hook, muerto en una emboscada india. Al menos esa era la versión oficial. En la taberna, en voz baja y con sumo cuidado, se comentaba que lo había asesinado el sheriff, en su afán de conquistar a Flora.
Aunque había sido en vano: ella se había refugiado en los brazos de su familia sin querer saber nada del mundo exterior.
Ahora, el pueblo entero se preguntaba qué pensaría ella del ajusticiamiento de los Stowe, detenidos dos días antes y declarados culpables sin un juicio previo.  Si no sucedía un milagro, serían ahorcados a la caída del sol. Ahí estaba el cadalso para corroborarlo.
Solo que había cuatro horcas.
Y los hermanos Stowe eran tres.
A pesar de que el sol se estaba poniendo, hacía calor. Mucho.
También polvo. Qué penetraba en los ojos de los presentes haciéndolos llorar.
En lo alto, los buitres.
Un murmullo emergió de las gargantas de los congregados en la plaza al ver llegar a los reos con las manos atadas y acompañados de dos alguaciles.  Los tres hermanos, altos y de buen porte, iban acompañados de una cuarta figura más pequeña y débil. Los cuatro llevaban sombrero de ala ancha,  arrastraban los pies y sus hombros caídos mostraban abatimiento. A pesar de ello, miraban al frente. Eran inocentes. Ellos lo sabían, el sheriff lo sabía.
El pueblo entero lo sabía.
Cada uno de los cuatro fue colocado en su horca correspondiente. A una orden del sheriff el verdugo fue cortando las cuerdas.
Una.
Dos.
Tres.
Cuatro.
Silencio.
En primera fila un niño gritó, rompiendo el silencio sobrecogedor que se había instalado en la muchedumbre.  La cabeza del desconocido, al quebrarse, hizo un giro raro y el sombrero se le cayó de la cabeza.
Flora Hook. De soltera, Stowe.
El sheriff ocultó una sonrisa en su bigote e hizo un gesto de sorpresa.

El pueblo, como siempre, miró hacia otro lado.


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