viernes, 4 de marzo de 2016

La novia o lo que resultó no ser una Fata Morgana

Para el concurdo del circulo de escritores : la imagen imposible




En el horizonte iba apareciendo el contorno de una isla y al acércanos a ella pude
contemplar cómo esta iba introduciéndose en una botella.  Boquiabierta, creí reconocer el fenómeno.
Una Fata Morgana.
Pero no, no lo era. Me lo dijeron los marineros cuando fui a preguntarles, maravillada por mi
hallazgo.  Por esa zona no se producían espejismos. No se daban las condiciones 
adecuadas para ello.
Decepcionada primero y algo asustada después, me pregunté el motivo por el qué mi mente había proyectado esa imagen. Tal vez era un mal presagio y esa isla se convirtiera en una cárcel para mí.
O en un cementerio.
Me reprendí por mi desmesurada y nada agradable imaginación y prometiéndome pensar más tarde en la Fata Morgana, real o no, me esforcé por tener pensamientos más armoniosos, así que intenté visualizarme paseando por la playa, retomando mis clases de botánica, aprendiendo a cocinar y a pintar...Sí, eso haría. Esos iban a ser mis nuevos propósitos. 
Anochecía cuando el ferry ancló en el puerto de la pequeña isla que, Dios mediante, iba a convertirse en mi  futuro hogar. En el desembarcadero me esperaban Ricardo, mi prometido, y Alba, su madre. Mi futura suegra. Aún no la conocía, pero intuía que era una mujer autoritaria y algo déspota. Insatisfecha con la conducta de su único hijo, por lo que este me contaba, nunca había querido viajar hasta el continente para conocerme.
Por eso me sorprendió encontrar a una mujer pequeña y afable, de rostro un tanto pálido y arrugado, pero armónico, donde destacaban unos ojos grandes y rasgados, los cuales  no tardaron en evaluarme sin disimulo. Pronto una gran sonrisa le iluminó la cara, demostrándome su beneplácito. Ricardo me abrazó y ella, tras unos segundos de indecisión, le imitó.

Me enamoré de la casa familiar nada más verla.  Grande, de piedra. Bajo un foco de luz colocado en el frontis pude contemplar como una enredadera de campanillas púrpuras trepaba por la fachada confiriéndole un aspecto dulce y romántico. Me afiancé en mi propósito de las clases de botánica.  Iba a preguntar sobre ello cuando un gato negro apareció de la nada y tras mirar a Alba, como si buscara su beneplácito,  se tumbó a mi lado, ronroneando de satisfacción. Pensativa, lo acaricié.  

Después de una buena cena, conté a mis anfitriones mis recelos sobre lo que yo había creído un espejismo y Ricardo me tranquilizó, diciéndome que tal vez mi cansancio era el responsable de lo que él llamó, mi alucinación.  A continuación,  Alba, solícita, me preparó una infusión que, según dijo, me ayudaría a dormir Lo hice enseguida, agradecida, y me fui a descansar. Pero, unas horas después, un dolor lacerante me taladró el estómago. Me desperté gritando.

— Eres perfecta, niña —me dijo Alba apareciendo con su gato en mi habitación—.  Tu sangre, una vez hervida y limpia, me servirá para rejuvenecer y tener el aspecto que nunca debería haber perdido. Quería haber esperado a hacerlo, pero tus intuiciones en forma de visiones me han hecho precipitar tu final —finalizó con una sonrisa. 
Ricardo, desde el quicio de la puerta, sonreía satisfecho, encantado de contar por fin, con  la aprobación de su madre.
Asustada, me asomé a la ventana buscando una salida. Entonces supe que no tenía escapatoria. La mayoría de las campanillas habían desaparecido y adiviné donde se encontraban. En la infusión que había tomado la noche anterior. Recordé mis clases de botánica: Ipomea purpúrea. Flores hermosas.
Letales.





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