viernes, 8 de abril de 2016

Una nueva vida


Intuía que la muerte me rondaba, tal vez debido a mi enfermedad o quizás a manos de un indignado que ante el populacho alcanzaría visos de héroe.  Así que para evitarla, hice lo único que se me ocurrió: congelar mi cuerpo.
A pesar de que la criónica en vida del paciente estaba prohibida, no tardé demasiado en encontrar a un científico que accediera a ello. Yo era un hombre de recursos y con dinero suficiente como para acallar su conciencia y cerrarle la boca. También le encargué todos los preparativos necesarios para que los investigadores futuros encontrasen mi cuerpo.
Así que un buen día, lleno de esperanza, me sometí al proceso de congelación. Lo que las noticias y más tarde la historia dijesen sobre mi paradero me traía sin cuidado.
Unas cosquillas me hicieron despertar.  Sorprendido, contemplé a dos seres extraños que manipulaban mi cuerpo. Eran bellos, pero carecían de cejas y pestañas, como si se las hubieran quemado. Me fijé que solo tenían un dedo en cada mano, el índice, largo y flexible.  Casi a la vez, sentí una presión en la cara e instintivamente me la toqué, percatándome de que aquello que la oprimía era una mascarilla con un reservorio de oxígeno. Mi primera reacción fue arrancarla.
— No lo haga, necesita respirar —me previno uno de aquellos seres insólitos.
— ¿Quiénes son ustedes? ¿Por qué me han colocado esta mascarilla? ¿ Por qué siento este cosquilleo que me recorre el cuerpo? —pregunté con temor.
—No se altere, unos nanorobots están extirpando el mal que le aqueja —contestó.
Entonces lo recordé todo. Lo había conseguido. Todo había salido bien y estaba a punto de ser curado de mi enfermedad. Me relajé en la camilla donde me encontraba, tal y como me habían sugerido y, pasado un tiempo, el mismo ser de antes comenzó a hablar:
—Hace trescientos años, en el siglo XXI, varias personas sin escrúpulos sumieron a la población de este país en el caos, les privaron de todo aquello que por derecho les pertenecía: sanidad, educación, empleo, vivienda…
Desde mi camilla, tragué saliva.
—Llegó un momento en que los ciudadanos no aguantaron más y tomaron las armas – dijo el otro ser— y, pasado un tiempo, personas de otros países se les fueron uniendo. La situación era insostenible, la tierra ya de por sí herida, no aguantó más y se defendió provocando todo tipo de catástrofes. Solo unos pocos sobrevivieron y nosotros somos sus descendientes directos.
Los nanorobots hicieron bien su trabajo y ese mismo día ya me sentí recuperado. Los seres que me habían curado me invitaron a residir con ellos.
Acepté.
A pesar de que algunas personas, debido a mi aspecto un tanto diferente, me llamaban “El marciano”, pronto me sentí integrado en aquella sociedad. Y quise erigirme en su líder.
Por ello, un día entré en una biblioteca. Quería toda la información que pudiera conseguir sobre esa civilización. La mala fortuna quiso que en ese momento, un niño que tenía los ojos pegados a la pantalla de un e-book de historia, levantara su mirada y me viera.
—Es el señor… es el antiguo presidente…—balbuceó el pequeño, atónito.
Pronto me sometieron a juicio. Acusado y condenado de ser uno de los culpables de la destrucción de mi país el veredicto fue inmediato: el destierro.
Una nave, con dos tripulantes, me trasladó a una vasta región deshabitada y cubierta de nieve. Una vez allí, me abandonaron a mi suerte e igual que yo había hecho en mi vida anterior, miraron hacia otro lado.  
Y entonces me reí.
 Al darme cuenta de que mi destino era  morir congelado. 


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