Relato ganador del II Certamen de relatos organizado por Radio Mandala online. El tema sobre el que había que escribir era la muerte.
Regresé al lugar
en el que fui feliz, pero no lo hice sola. Me acompañaban mis vecinos, aquellos
que vivieron al otro lado del muro en la época en la que el mundo se destruía.
El jardín estaba
lleno de maleza Las begonias, que un día
mi madre había cuidado con tanto amor no
existían y en su lugar languidecían unos
cuantos esquejes.
La piscina era
un agujero lleno de suciedad e insectos muertos. Y el arenero en el que mis
hermanos y yo jugábamos durante horas ya no existía. Tampoco quedaba ceniza.
Pero aún perduraba
la puerta. La entrada al infierno. La abertura del jardín que mi padre atravesaba todos los días para ir
al trabajo. El paso protagonista de mis pesadillas.
Porque detrás de
esa puerta estaba La Muerte. Una muerte que no daba abasto, que se
retroalimentaba, que disfrutaba en su siega. La Parca nunca hubiera imaginado
un lugar mejor para extender sus manos y cosechar. Era fácil, le hacían el
trabajo un día tras otro, noche tras noche. Durante años.
Yo admiraba a mi
padre sin saber que era un sicario de esa muerte que vivía tras la tapia del
jardín. Tardé mucho tiempo en saber que al comandante de Auschwitz, por servir
a la muerte, se le remuneraba con techo y comida. Además de dinero. Mucho.
Aunque… quizá
cansada de tanto dolor, la muerte
decidió ejecutarlo a él. Yo me marché, pero muchas de las personas que habían
vivido allí se me instalaron en la cabeza. Es con ellas con quienes acabo de
atravesar la maldita puerta y juntas contemplamos ahora el horror que alguien
decidió dejar intacto.
Al comprender la
magnitud de lo que allí había sucedido he llamado a la muerte, pero esta no
viene. Ha debido huir. Asustada.
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