domingo, 6 de noviembre de 2016

Tus sombras no son las mías


Con este relato me he clasificado en la segunda posición del reto organizado por Territorio de Escritores. Había que utilizar estas palabras: amor, ingratitud, obsoleto, inhóspito, fobia, coctelera, compañerismo, régimen, mágico, mariposa, soñar, calma, confianza, conmoción, cordura, prosopagnosia y estolidez.

En un cuartucho inhóspito y frio de un hospital obsoleto, Fernando recibió un diagnóstico sorprendente: prosopagnosia adquirida causada por una fuerte conmoción cerebral.
Vivir en un país con un régimen militar no era fácil para alguien como él. Era un maricón, un sarasa, una mariposa que despertaba la fobia de sus semejantes y el acoso de las autoridades.
Pensó en  Ramón, un joven de su barrio que olía a linimento de menta y  tabaco. Habían forjado una buena amistad llena de confianza ganada  en la calle y en los sótanos de los billares, a golpe de taco y caladas compartidas.  El compañerismo de los dos muchachos se convirtió en algo mágico que inundó a Fernando de algo desconocido para él: amor. Al principio, había pensado que tal sentimiento tan solo era una estolidez, pero pronto tuvo que rendirse a la evidencia.
En aras de mantener la cordura y las buenas costumbres, Fernando se contentó con soñar con Ramón y, aunque le costaba mantener la calma, nunca le dijo nada.
El tiempo pasó y la vida separó a los dos amigos. Fernando se resistió, pero finalmente siguió su naturaleza y en unos lavabos sórdidos del centro se dejó llevar.  Solía ir los sábados y algún domingo por la mañana.  No era feliz con la situación pero era lo que tenía y se conformaba con ella.
Pero hubo una redada.
Alguien pegó a Fernando en la cabeza a y sintió esta agitarse como una coctelera en el mismo momento que un olor conocido impregnaba sus fosas nasales.
Después, la oscuridad.                         
La puerta del cuartucho se abrió y un hombre de rostro desconocido se acercó hasta él. A pesar de no reconocer las facciones del individuo un fuerte olor a linimento de menta y tabaco le hizo reconocer al instante a su amigo de infancia.
También a su verdugo.            
Instintivamente, Fernando cerró los ojos.
—¡Qué ingratitud! —exclamó Ramón. —Si no fuera por mí estarías en la cárcel en lugar del hospital.
Era el 14 de julio de 1954 y España acababa de incluir a los homosexuales en la Ley de Vagos y Maleantes.              

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