Su rostro era
como yo lo recordaba. Como si los diez años transcurridos sin vernos solo
hubieran existido en mi imaginación. Tan solo la rugosidad de sus rodillas
inútiles delataba en su persona el paso del tiempo. Me miró complacida, parecía
contenta de verme. Como si no supiera que yo nunca la había querido. Que me
había ido por ella, porque no soportaba su figura de inválida desvalida.
Me pidió que la
besara y tragándome la repulsión que me inspiraba, lo hice. Me sorprendió su
fragancia. Fresca como la de un bebé. Penetrante como su mirada.
Solo que sus ojos
reflejaban amor.
Ana.
Recordé el día de
su nacimiento. Mis doce años de reinado en el corazón de mis padres
desparecieron, yo ya no era la protagonista en sus vidas. Durante unos años
disimulé como pude la aversión que me producía esa pequeña llorona, que me
despertaba con sus gritos cada noche.
Después vino el
accidente. Mi padre murió y Ana con ocho años se rompió la columna. Mi madre se
volcó en ella. Yo me aparté aún más. No soportaba el olor a enferma de
Ana, ni la dedicación absoluta de nuestra madre. No había luto por mi padre, no
había tiempo más que para cuidar a Ana.
Las odié.
Me marché.
Nadie me buscó.
Al menos eso creí
hasta hace una semana. Mi madre siempre había sabido mi paradero, me cuidaba
desde la distancia, pero había querido respetar mi retiro. Ahora,
Ana iba a casarse y quería que yo estuviera presente en su enlace.
Me pregunté qué tipo de hombre se casaría con una mujer como ella.
Desterré ese
pensamiento. Ella era buena y yo no. Quise aprender a quererla.
Mi madre entró en
la habitación y me abrazó. Ana sonreía complacida.
Sentí que había
vuelto al hogar. Sí, tenía tiempo para enmendarme.
Solo que sus ojos
reflejaban amor.
Ana.
Recordé el día de
su nacimiento. Mis doce años de reinado en el corazón de mis padres
desparecieron, yo ya no era la protagonista en sus vidas. Durante unos años
disimulé como pude la aversión que me producía esa pequeña llorona, que me
despertaba con sus gritos cada noche.
Después vino el
accidente. Mi padre murió y Ana con ocho años se rompió la columna. Mi madre se
volcó en ella. Yo me aparté aún más. No soportaba el olor a enferma de
Ana, ni la dedicación absoluta de nuestra madre. No había luto por mi padre, no
había tiempo más que para cuidar a Ana.
Las odié.
Me marché.
Nadie me buscó.
Al menos eso creí
hasta hace una semana. Mi madre siempre había sabido mi paradero, me cuidaba
desde la distancia, pero había querido respetar mi retiro. Ahora,
Ana iba a casarse y quería que yo estuviera presente en su enlace.
Me pregunté qué tipo de hombre se casaría con una mujer como ella.
Desterré ese
pensamiento. Ella era buena y yo no. Quise aprender a quererla.
Mi madre entró en
la habitación y me abrazó. Ana sonreía complacida.
Una larga historia de vida cargada con muchos sentimientos y en pocas líneas. Me gustó
ResponderEliminarGracias, Lava.
EliminarHe aprendido a condensar las historias. A ver si me decido a hacer relatos más largos.
Un besito.
Me ha encantado, me ha hecho pensar en la peli Qué fue de Baby Jane. Lo has escrito genial, dices mucho en pocas palabras. Besos.
ResponderEliminar¡Me encanta Bette Davis! Y esa película... No la recuerdo muy bien, pero sé que me impactó en su momento. Ahora que me la has recordado me encantaría verla de nuevo.
EliminarUn besito.
He llegado otra vez a este relato, que ya leí y que me encantó, pero no veo mi comentario. ¿Te lo habré dejado en FB? da igual, es genial, Sue. Describes con tanta crudeza esos sentimientos tan humanos, muchas veces negados y escondidos, culpógenos a rabiar... bestial. Un besico, compi.
ResponderEliminarHola, compi. Sí, me lo dejaste en la página del Facebook.
EliminarPero igualmente, gracias.
Un besico grande.
Muy buen relato. Todos tenemos en nuestro pasado (Al menos los que ya hace tiempo que paseamos por el mundo) historias familiares que nos atormentan en sueños. Al menos aquí hemos visto un regreso del hij@ prodigo, casi bíblico.
ResponderEliminarFelicidades, me ha parecido impactante.
Muchas gracias, Oscar.
EliminarTambién hay historias que atormentan no solo en sueños, sino despiertos. Esas, también, son estremecedoras.
Un abrazo y gracias por leer y comentar.