La locutora carraspeó y, por un instante, detuvo la máquina de las bolas.
— Vamos, estúpida cría, extrae mi número — maldijo Sara entre dientes
mientras se removía inquieta en la silla.
Como si la hubiera oído, la chica
prosiguió con su mecánico cante y alguien en la sala gritó:
—¡¡¡Bingo!!!
Sara arrojó su cartón al suelo y, nerviosa, miró el reloj. Calculó que aún
le daba tiempo a jugar una partida más antes de que sus dos hijos salieran del
colegio. Sacó la cartera y comprobó con estupor que se había gastado hasta el
último céntimo. Desesperada, rebuscó por el fondo del bolso por si alguna
moneda solitaria se hubiera deslizado hasta su interior. Tuvo suerte, la
encontró. Durante unos segundos pensó en comprar unas chuches para sus hijos;
pero rápidamente desechó la idea. Tenía la convicción de que esa última partida
sería la de la suerte y, con las ganancias, llevaría a los niños a comer al
restaurante chino: les encantaban los rollitos de primavera.
Fue uno de sus compañeros de mesa el que tuvo suerte esta vez. Invitó
a la mujer a jugar otra partida y ella, totalmente viciada, aceptó.
Finalmente, ante su falta de suerte, tuvo que irse de la sala de bingo. Una
vez en la calle volvió a mirar la hora y, con angustia, se dio cuenta de que
sus hijos hacia ya rato que habían salido del colegio. Aceleró el paso y, al
doblar la esquina, los vio. Iban a buscarla. Sabían dónde podían encontrarla.
Llegaron a casa y Sara se dispuso a hacer la comida. Llenó una olla con
agua y la puso al fuego.
—Mamá, ¿otra vez sopa? —protestó el
niño pequeño.
Pero la mujer no lo escuchó. Se preguntaba dónde demonios iba a conseguir
el dinero para poder volver a jugar.
Lamentablemente, suele ser como lo cuentas. Muy logrado. Un beso grande.
ResponderEliminarA lo mejor hasta me quedo corta, Maite. Y tienes razón: es lamentable.
EliminarUn besico, corazón. Y gracias por leerme.
Desgraciadamente eso está a la orden del día; hay personas q estan tan enganchadas al juego q despreocupan a su familia, pero sobre todo a los hijos. Se q la ludopatía es una enfermedad, pero pars no caer en ella, lo mejor no echar ni la primera moneda; la sonrisa de un hijo es la mejor recompensa.
EliminarYa no solo la sonrisa de un hijo... Son tantas las cosas que se pierden...
EliminarMe gusta como lo narras, no me gusta la sensación que se me queda. Lo mas triste es que estos casos son más habituales de lo que mucha gente cree.
ResponderEliminarBesos Susana!!
Me gustas 👍👍
Pues tu me gustas a mí, Elena. ¡Y sin interrogaciones! Jajajaja.
EliminarSuele ser habitual, sí. Podría contarte tantos casos parecidos...
Jo, lo de las interrogaciones (que ahora veo) eran emotikon del dedito en alto. Jajajajajajajaja
EliminarEstos móviles....
Ahhhh. JJajajajaja. Es que no sabía que me querías decir... jajajaja.
EliminarBesicos de domingo, guapi.
Qué lindo volver a leerte, Sue! muy buen relato, lleno de verdad. Un besazo.
ResponderEliminarGracias, compi. A ver si retomo eso.
EliminarUn besico y nos leemos.
Me había olvidado completamente de la cruda realidad princesita que, contestad a mis whats
ResponderEliminarYa ves, Jesús, eso no cambia...
EliminarQue digo que no tengo ningún whats nuevo de tu parte...
Tan real como la vida misma, no solo las drogas enganchan al cuerpo, también están , las que arrasan el alma, las que infecta el espíritu, y se hacen parásitos tan arraigados que incluso enganchan más, pero no son tan visibles, y no se hacen tan evidentes, ni tienen tanto rechazo. Genial tu relato, un abrazo.
ResponderEliminarGracias, Eduardo.
EliminarA ver si me pongo al día y os voy leyendo en el Terri.
Un besico.