La Torre estaba llena de personas deseosas de ver un fantasma. Ana
suspiró, llevaba siglos sin tener un día libre y con ese panorama se veía todo
el día de aquí para allá, haciendo lo posible y lo imposible por complacer a
los turistas. Aunque debía tener cuidado. También había niños y estos eran
demasiado impresionables. Recordó como hacía unas semanas una niña había
llorado aterrorizada y un niño se había abrazado con fuerza a las piernas de su
padre, evitando mirarla. Y es que no había tenido cuidado y la cabeza se
le había caído justo en el sitio en el que la habían ejecutado.
Ana Bolena salió de Pedro Ad Vincula y se ajustó la cabeza sobre los
hombros. Habían dicho de ella que había sido reina en la tierra y lo sería en
el cielo. Lo primero había sido cierto, pero no así lo segundo. No. Después de
muerta lo único que había conseguido era ser el fantasma oficial de la Torre de
Londres.
Con resignación, salió al jardín. Algún día le llegaría el relevo, estaba
segura. Candidatos no faltaban,
¡Había demasiados fantasmas reinando!
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