Vivo en Samain, una aldea pequeña que se encuentra alejada
de las carreteras y de las zonas transitadas. Sus habitantes vivimos en
comunidad y todos asumimos las mismas
reglas.
Samain cuenta con un pequeño cementerio abandonado donde la
maleza crece salvaje, sin nadie que la corte. Las tumbas son meros montículos de tierra y en
algunas se puede observar trozos de madera arrancados que indican que, en algún
momento, ahí ha existido una cruz. Solo una tiene flores.
La de Iria.
Mi hija.
Hace algunos años, la hambruna asoló nuestra aldea y algunos
nos vimos obligados a ir de caza a los pueblos vecinos. Debido a mi juventud yo
era bastante impresionable y quedé cautivada por Marco, un atractivo lugareño,
pero diferente a mí. A nosotros. Aunque eso no fue obstáculo para yacer con él
por las noche. Una. Dos. Tres.
Cientos de veces.
Mis compañeros, ocupados con sus tareas, no sospecharon nada
y cuando conseguimos suficientes provisiones para que nuestras gentes pudieran
sobrevivir, nos marchamos. Pero Marco
había engendrado en mí una criatura poderosa. Alguien capaz de aterrorizar y
destruir a los míos. Así lo sentí y es por ello que cuando nació Iria intenté
protegerla.
Pero fue en vano.
Ellos la descubrieron y, aunque no me juzgaron, la sometieron a vigilancia.
Al principio, no hubo problemas, la niña era fotosensible y
toleraba bien nuestra alimentación. Después, al crecer, descubrieron en su
mirada la determinación y en sus dientes pudieron comprobar lo que ella nunca
sería.
Así que la mataron.
No pude culparlos por ello. Cuando Iria hubiese crecido
hubiera constituido una amenaza para todos nosotros. Sé que yo hubiera hecho lo
mismo.
Me dejaron enterrarla en el viejo camposanto abandonado y
suelo visitarla al anochecer. Siempre le llevo flores. Hablo con ella y le
pregunto si realmente hubiera sido capaz de exterminarnos a todos. Cuando la
aurora amenaza a la oscuridad y he de irme por temor a morir, ella me contesta
y a través del susurro de la maleza oigo su respuesta afirmativa.
Ella sabe que somos criaturas
malignas.
Nos hubiera clavado una estaca en el corazón.
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