martes, 3 de noviembre de 2015

Flores para Iria

Vivo en Samain, una aldea pequeña que se encuentra alejada de las carreteras y de las zonas transitadas. Sus habitantes vivimos en comunidad y todos asumimos  las mismas reglas.
Samain cuenta con un pequeño cementerio abandonado donde la maleza crece salvaje, sin nadie que la corte.  Las tumbas son meros montículos de tierra y en algunas se puede observar trozos de madera arrancados que indican que, en algún momento, ahí ha existido una cruz. Solo una tiene flores.
La de Iria.
Mi hija.
Hace algunos años, la hambruna asoló nuestra aldea y algunos nos vimos obligados a ir de caza a los pueblos vecinos. Debido a mi juventud yo era bastante impresionable y quedé cautivada por Marco, un atractivo lugareño, pero diferente a mí. A nosotros. Aunque eso no fue obstáculo para yacer con él por las noche. Una. Dos. Tres.
Cientos de veces.
Mis compañeros, ocupados con sus tareas, no sospecharon nada y cuando conseguimos suficientes provisiones para que nuestras gentes pudieran sobrevivir, nos marchamos.  Pero Marco había engendrado en mí una criatura poderosa. Alguien capaz de aterrorizar y destruir a los míos. Así lo sentí y es por ello que cuando nació Iria intenté protegerla.
Pero fue en vano.
Ellos la descubrieron y,  aunque no me juzgaron, la sometieron a vigilancia.
Al principio, no hubo problemas, la niña era fotosensible y toleraba bien nuestra alimentación. Después, al crecer, descubrieron en su mirada la determinación y en sus dientes pudieron comprobar lo que ella nunca sería.
Así que la mataron.
No pude culparlos por ello. Cuando Iria hubiese crecido hubiera constituido una amenaza para todos nosotros. Sé que yo hubiera hecho lo mismo.
Me dejaron enterrarla en el viejo camposanto abandonado y suelo visitarla al anochecer. Siempre le llevo flores. Hablo con ella y le pregunto si realmente hubiera sido capaz de exterminarnos a todos. Cuando la aurora amenaza a la oscuridad y he de irme por temor a morir, ella me contesta y a través del susurro de la maleza oigo su respuesta afirmativa.
 Ella sabe que somos criaturas malignas.
Nos hubiera clavado una estaca en el corazón.


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