— ¿Os iréis a Zaragoza?
—Sí, un mes.
—¡Qué bien! Así estaréis con tus padres y tu hermano. Es
bueno eso.
—Sí, y con mis amigos.
—¿Amigos? Ahora tienes que estar a otras cosas. A tu marido
y a tu hijo.
—No es incompatible. Los amigos son necesarios.
—No, no lo son. Además te pueden joder.
—Bueno, pueden hacerlo sin querer, si es adrede no son
amigos de verdad y no merecen la pena.
—Yo tengo más mundo qué tú. Tú sabrás más cosas que yo en
otros aspectos porque eres madre. Yo, por ejemplo, cuando estaba casado dejé
eso de lado y me dediqué a mi mujer e hijo.
—Pues yo no. Necesito a mis amigos. Tengo otras parcelas que
cubrir en mi vida, no solo la de esposa y madre.
—A la larga te fastidiarán.
—O yo a ellos. Pero si somos amigos y nos queremos lo
hablaremos y lo solucionaremos.
Esta conversación tan extraña he mantenido esta mañana con
el señor de los bolis. A este paso voy a tener que hacer una sección en el blog
dedicada solo a él.
Así que según él no tengo que tener amigos porque estoy
casada. ¿Perdona? Pues yo, lo siento, pero necesito tener amigos. Y aunque a él
le parezca mal siempre que voy a mi tierra quedo con mis amigos. Incluso Raúl
queda con los maridos de mis amigas y se van solos. Sin nosotras. Y nosotras
sin ellos. Incluso aquí, en Vigo, tengo amigos. Menos, pero los tengo.
También deduzco que para el señor de los bolis mi única
sabiduría es la que me otorga la maternidad. Pues no, oye. Sin tener la mente
de un físico no puede decirse que soy tonta o que no tenga una mínima cultura. Además:
¿qué sabe él de mi vida? R
¿Qué pensaría de mí si supiera que a veces mi esposo o mi
madre se han quedado con Hugo y yo me he ido por ahí? ¿Qué pensaría si supiera
los tipos de conversaciones que tengo con mis amigas? Porque de niños,
precisamente, no hablamos. Bueno, a veces sí, pero las menos.
Pero bueno, no me enfado con él. ¿Para qué? Bastante triste
es ya el tener ese pensamiento.
¿Qué sería de nosotros sin los amigos?
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